Conocemos nuestros pueblos

Por Rosario Gómez Puyoles, alcaldesa de Velilla de Ebro por el Partido Aragonés (PAR) e integrante de la Comisión Ejecutiva del PAR

Tengo la sensación de revivir con esta riada un nuevo ‘día de la marmota’. Llega nuestro querido Ebro desbocado, nuestra seña de identidad más representativa, el camino fluvial que ha hecho de la Historia de Aragón un territorio diverso, rico y singular con manifestaciones tan representativas como el arte mudéjar aragonés –este año se cumple el 20 aniversario de su declaración como Patrimonio Mundial por la Unesco–. Llega el Ebro desbocado, decía, y otra vez la calma tensa, la angustia, las noches interminables esperando la punta de la crecida, y mientras llega, los pueblos aguas abajo: reforzando aquí, poniendo a resguardo allá, tratando de salvar la escuela y su carga de futuro… y los de aguas arriba haciendo inventario de sus desdichas, y todos contemplando impotentes cómo la lámina de agua se extiende buscando la salida que le impide un cauce colmatado de gravas y vegetación. Tras su paso, el balance de los daños, la burocracia infinita para solicitar las ayudas y a empezar de cero hasta la próxima. ¿En primavera? ¿Dentro de dos años?… ¡Quién sabe!

Mientras tanto, partidas presupuestarias destinadas a la limpieza del río han desaparecido o no se han ejecutado. Eso sí, llega el Ebro desbocado y a movilizar recursos destinados a salvar lo urgente, no a planificar para evitar los daños de la próxima riada.

Me decía anoche un agricultor que él no quiere subvenciones, que lo que quiere es trabajar en un trabajo que ama y vivir en su pueblo donde le gusta vivir y donde desea que sus hijos crezcan. No se quiere ir, pero a este paso el río lo echará y como a él a otros muchos si se pierde la excelente agricultura de proximidad de nuestras fértiles riberas. Se perderá también la escasa población que va resistiendo en sus orillas y tal vez en la próxima pandemia no haya necesidad de declarar trabajadores esenciales a los agricultores, porque no quedará ninguno al que otorgar tan merecido título. Eso sí, desaparecida esta agricultura ancestral que tanta prosperidad y riqueza nos ha traído históricamente a lo mejor las orillas del Ebro se convierten en una «vía verde» que favorezca el «desarrollo turístico». Juro que esta expresión la he oído con ocasión de riadas anteriores a un representante de la CHE.

Hace miles de años surgió en la otra punta del Mediterráneo, a las orillas de un río todavía más voluble e impredecible que nuestro Ebro, una civilización que asombró y todavía asombra al mundo. Para los antiguos egipcios el control de las riadas y la fecundidad y riqueza que proporcionaba un Nilo tremendamente regulado era tan importante que encomendaron esta función de control al faraón, su dios en la tierra y la cabeza visible de una cultura de logros sorprendentes soportada por los recursos que proporcionaba el río a su paso por un desierto todavía más arisco e inhabitable que ‘nuestros’ Monegros y otras tierras áridas que circundan el valle medio del Ebro.

En sociedades democráticas como la nuestra existe una cadena de valor a lo largo de las orillas del Ebro de la que no se acuerda nadie hasta que el río se desboca. Los alcaldes y alcaldesas de los pueblos ribereños son los eslabones visibles de esa cadena, reforzados por sus agricultores y por toda la población que, una vez más, se ve obligada a vivir la angustia de esperar lo que está por llegar. Estos eslabones poseen un conocimiento empírico valiosísimo; saben cómo les va a perjudicar lo que haga el anterior y cómo, a su vez, puede perjudicar lo que ellos hagan al siguiente, pero rara vez se cuenta con ellos –con nosotros–. Se nos invita, como ‘atrezzo’, a interminables reuniones en las que se nos presentan ambiciosos planes y luego nada. ¡Hasta la próxima!

Es hora de un cambio. Hora de que se nos haga partícipes y actores decisivos y que se tenga en cuenta nuestra opinión y nuestra experiencia. En definitiva, que la gestión del Ebro se establezca de abajo a arriba, de lo particular a lo general; nosotros –y nuestros vecinos– sabemos qué cauces hay que limpiar, dónde se acumulan las gravas y qué motas deben reforzarse. Lo único que nos hace falta es que la burocracia no nos mate y que se nos ofrezcan los recursos necesarios coordinados entre todos, por supuesto, por alguien (institución o persona) con la sensibilidad suficiente para entender que los habitantes de las orillas del Ebro también somos ‘seres sintientes’. Con nuestra aportación, lo digo claro y alto, estaremos beneficiando al interés general de Aragón.

(Artículo publicado en El Periódico de Aragón 17-12-21)

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