La política internacional también nos afecta

Por Roque Vicente. Vicepresidente del Partido Aragonés (PAR)

Se están produciendo los últimos coletazos de una pandemia que ha dejado 6.000.000 de muertos en el mundo, y que ha propiciado una crisis sanitaria, social, económica y política que nos llegó de sopetón, que hemos ido resolviendo y estamos resolviendo en función de las circunstancias. Cuando estábamos saliendo de la triple crisis nos ha sobrevenido la invasión de Rusia a Ucrania con todo lo que conlleva también para Aragón, que se ve afectada por la política internacional.

El momento no es fácil. Los escenarios en los que actuar se han multiplicado y los actores también. Las conversaciones entre ambos territorios no han logrado detener el conflicto y el mundo sigue dividido y azorado. La injusta e inadmisible guerra está provocando un drama humanitario enorme que los ucranianos viven en sus propias carnes a pesar de los corredores humanitarios en varios puntos de Ucrania. En medio del escenario, los aragoneses nos vemos conmovidos por el éxodo de ucranianos que huyen del horror y prestamos nuestra ayuda personal e institucional como no podía ser de otra manera.

Durante la primera semana de marzo la Asamblea General de la ONU aprobó con mayoría amplia una resolución de condena  a la guerra de Ucrania cuyo texto respaldaron 141 países, 35 se abstuvieron y cinco votaron en contra. Pero la guerra sigue a nuestro pesar. Putin ha sido y es el impulsor de las principales acciones bélicas  de este siglo. La política del presidente ruso desde su primer día de mandato se ajusta a una política expansionista «in crescendo». Georgia (2008), Crimea (2014). Invasión de Ucrania (2022).

La actitud beligerante, ególatra y perversa del mandatario no tiene nombre. ¿Dónde queda la democracia? ¿En qué cajón  duerme el derecho internacional, y dónde quedan los derechos humanos? Me produce dolor y rabia que más de dos millones de personas hayan tenido que huir de la guerra de Vladimir Putin dejando su tierra, a sus familias y su gente con un tremendo riesgo para sus vidas.

Estamos en un mundo globalizado, sí, y todo nos afecta. Toca que en Europa se retome la gestión de la migración y se ajuste el presupuesto para hacer frente a los importantes cambios surgidos. En 2021 no se lograron limar las grandes diferencias entre los Estados miembros sobre dicha gestión.

Se resiente la economía mundial, y por ende la nuestra. Se origina el desabastecimiento de productos, se encarecen los precios de la luz y el gas. Se caen los mercados. Cuando todavía no hemos acabado con el maldito coronavirus y sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas se produce otro SOS en este caso energético. La crisis de suministros va a encarecer la vida al tener dependencia externa. Casi el 40% del gas natural en Europa llega de Rusia y también el 25% de su petróleo, además de ser el mayor proveedor de trigo en el mundo. El conflicto afecta a la industria, a nuestros autónomos, al ciudadano de a pie que comprueba atónico cómo se dispara su factura de la luz y la del combustible para andar con su vehículo, por ejemplo. En el PAR nos ocupa y preocupa esta situación y sus consecuencias en el sentido humanitario, socioeconómico y político.

Nos intranquiliza que el Banco Central Europeo pueda encarecer el dinero, otro de los efectos destacados de esta sinrazón que vivimos -está preparando el alza de tipos por la exagerada escalada de la inflación-. Creo en la internacionalización económica, pero sin embargo y basándome en las actuales circunstancias no es descabellado pensar que pudiera darse una incipiente involución. Algunos expertos economistas ya empiezan a hablar de ello; es decir, de una especie de desintegración de los mercados globales a nivel mundial. El sistema internacional es competitivo y podría acaecer un nuevo orden mundial con un sistema económico diferente. Son tiempos duros para todos y el riesgo del impacto negativo en la economía global ha dejado de ser un riesgo para convertirse en un hecho. Apelo a la diplomacia. Ahora es más importante que nunca reivindicar la importancia del ejercicio de la política «con mayúsculas», con altura de miras.

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